Todos debemos comunicar el evangelio no sólo con nuestros labios, sino también por medio de nuestras vidas. Esta es una prueba visual de que el mensaje que predicamos puede cambiar realmente las vidas...
La predicación no es el único modo en el que exponemos el evangelio de Cristo. Nuestras vidas deben dar también testimonio a otros de la realidad de Jesucristo. Quienes influyeron más profundamente en mi vida no fueron necesariamente predicadores grandes y elocuentes, sino hombres y mujeres de Dios cuyas vidas se caracterizaban por su santidad y semejanza con Cristo.
El evangelio no sólo lo debemos comunicar con nuestros labios, sino también por medio de nuestras vidas. Esta es una prueba visual de que el mensaje que predicamos puede cambiar realmente las vidas.
Nuestro mundo actual está buscando hombres y mujeres llenos de integridad, para utilizarlos como comunicadores que respalden su ministerio con sus propias vidas. Nuestra predicación nace de lo que somos. Estamos llamados a ser gente santa –separados de las maldades morales del mundo. La Biblia ordena: "Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir" ( 1 Pe. 1.15). El Apóstol Juan escribió: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Jn. 1.15-17).
Me parece que un evangelista, y también pastores, se enfrentan a las tentaciones, en forma especial, en tres campos: el orgullo, el dinero y la moral. Había también tres zonas de tentación en el versículo que acabamos de mencionar: primeramente, el deseo de la carne; en segundo lugar, el deseo de los ojos, y en tercero, la vanagloria de la vida. Esos campos son llamamientos al mal uso de los apetitos naturales. Esos son exactamente los puntos que utilizó Satanás para tentar a Eva en Gn. 3.4-6, y a Jesús, en Mt. 4.1-11. Eva cedió ante la tentación, pero nuestro Señor Jesucristo, debido a que estaba lleno del Espíritu Santo y citó la palabra de Dios, venció las tentaciones de Satanás. Jesús declaró: "Vosotros sois la luz del mundo… Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt. 5.14-16). Pedro advirtió: "Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras" (1 Pe. 2.12).
Las normas de vida y conducta para quienes se dedican a los ministerios de Cristo están enraizadas en los patriarcas, los líderes y los profetas del Antiguo Testamento. Fueron aprobados por Dios por el modo en que vivían. Esto no quiere decir que fueron perfectos. La Biblia es absolutamente franca en lo que se refiere a sus pecados y fracasos. Indica todos éstos, a veces con muchos detalles embarazosos, para que aprendamos de ellos y evitemos sus fallas (Ro. 15.4).
Jesús mismo recibió la aprobación de Dios, porque como hombre experimentó las mismas tentaciones reales que el resto de los seres humanos; sin embargo, fue sin pecado (He. 4.15). Sigue siendo para todos nosotros el modelo de santidad y pureza moral.
Al iniciarse su ministerio, en el Sermón del Monte, Jesús les dio enseñanzas a sus discípulos sobre la puerta estrecha y el camino difícil que lleva a la vida (Mt. 7.13-14). Nos advirtió en contra de los falsos profetas. Dijo que los árboles buenos producen buenos frutos; pero los malos no pueden dar frutos buenos. A continuación, les advirtió a sus discípulos contra los que, en su nombre, profetizaban (o evangelizaban), expulsaban demonios y realizaban milagros; pero no ponían en práctica su Palabra. Dijo que serán rechazados y no entrarán al reino de Dios. (Mt. 7.15-23).
Pedro y Judas advierten contra los falsos maestros corrompidos por la sensualidad, la codicia, la inmoralidad y la impiedad (2 Pe. 2; Jud.).
La prueba de la verdadera fe se expresa mediante una búsqueda interna de piedad en todos los campos de la vida. Tenemos que ser santos, como el Dios que nos llamó es santo; debemos de estar apartados para El en toda nuestra conducta.
Aun cuando Timoteo era un joven que parece que se ocupó de un ministerio pastoral, el Apóstol Pablo lo exhorta a ser "ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza" (1 Ti. 4.12). Nuevamente, en su segunda epístola a Timoteo, el apóstol le recuerda su llamamiento santo, para un servicio singular a Dios que exigía una vida ejemplar (2 Ti. 1.6-9; 2.1-26).
En su epístola a los efesios, Pablo advirtió: "Pero fornicación y toda inmundicia o avaricia ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos" (Ef. 5.3). "Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia", les escribió a los tesalonicenses, "sino a santificación. Así que, el que desecha esto no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo". (1 Ts. 4.7-8).
En mis viajes por todo el mundo he descubierto que se presentan dudas sobre diferentes normas de conducta. A menudo, se trata en gran parte de diferencias culturales que no tienen ninguna relación con los temas morales básicos. Lo más importante de todo es que Dios desea que le agrademos a El y que seamos ejemplos de Cristo. Con este objetivo, hay diversas cosas que tenemos que recordar. En primer lugar, se nos aplican en la actualidad las normas apostólicas de santidad y pureza. Es peligroso interpretar la Biblia de tal modo que se justifiquen o excusen nuestros pecados, pretendiendo que algunos de sus mandatos relativos a la conducta sólo se aplicaban a la cultura del primer siglo. A este respecto es importante estudiar pasajes tales como el de 1 Co. 10.1-15, para el modo en que Pablo aplicó los mismos principios de vida santa que se referían a los hijos de Israel de varios siglos antes. De hecho, dijo: "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" (1 Co. 10.11). Gracias a Dios, añadió: "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar" (1 Co. 10.13).
He visto consecuencias trágicas en jóvenes evangelistas que no lograron resistir las tentaciones que hemos mencionado. Me acuerdo de uno de ellos, cuando apenas comenzaba a salir al exterior. Tenía un don para el evangelismo que se encontraba por encima del de cualquier otra persona a la que haya conocido o escuchado desde entonces. Podía conmover y excitar a grandes multitudes y su ministerio estaba teniendo una magnífica respuesta, pero el orgullo y el ego se convirtieron en sus piedras de tropiezo. Esto lo llevó a la inmoralidad sexual. A los cinco años, sufrió una muerte trágica.
Conocí a otro hombre que tenía también un don extraordinario. Cliff Barrows dirigió los cánticos para él durante cierto tiempo. Tampoco ese hombre pudo resistir las tentaciones del mundo. Abandonó a su esposa y sus hijos, terminó en la condición más horrible que es posible imaginarse y tuvo una muerte trágica.
Ha habido muchos, en el curso de los años y en diversos continentes, a los que podría mencionar y que han tropezado debido a Satanás. Por lo común, todo comenzaba con algo que parecía ser muy inocente; pero que llevó a dificultades cada vez más profundas y a pecados crecientes. Su ministerio quedó destruido, sus familias decepcionadas o llenas de dolor, y miles de personas salieron lastimadas. Que Dios les conceda el poder de Su Santo Espíritu para resistir las tentaciones.
© Billy Graham Evangelistic Association, 1985. Usado con el debido permiso en Desarrollo Cristiano Apuntes Pastorales. Edición especial. Vol. III, N° 5 y 6, todos los derechos reservados,